
Excelente página, de Nacho Diego, para trabajar el razonamiento matemático en el nivel de primaria. Está repleta de actividades muy motivadoras; ideal para que los chicos y chicas se diviertan mientras ponen a funcionar el "coco".
Se aproxima el final de curso, fechas en las que las evaluaciones comen a los profesores y hacen temblar a los alumnos. Desde mi punto de vista, y así lo he practicado siempre, es necesario que demos oportunidad a los alumnos para que ellos también evalúen nuestra gestión como profesionales. Tal vez pueda resultarnos muy drástico el procedimiento pero yo creo que hay que afrontar la realidad y saber cómo nos ven, cómo nos sienten... Ellos y ellas son, sin duda, el mejor espejo donde mirarnos y descubrir tanto nuestros defectos como nuestras virtudes. Hace unos años escribí para una revista portuguesa un artículo con este mismo título, maestros con pedigrí, porque, efectivamente, como para todo, se precisan cualidades naturales, raza para ejercer de forma exitosa el magisterio. No se trata tan sólo de más o menos estudios sino de ese sexto o séptimo sentido para saber, intuir el qué y el cómo actuar. En dicha revista citaba mis principios básicos para rotular en nuestro brillante título de maestros: Un maestro jamás debe humillar a un alumno y mucho menos delante de los demás alumnos. Un maestro siempre debe prever una salida airosa para cualquier tropiezo, o excusa de los alumnos. Un maestro jamás debe intentar hacer de los alumnos una copia de sus gustos. Un maestro debe olvidarse de la suma porque jamás un alumno más otro darán por resultado dos. Un maestro no puede ser "sastre" de talla única porque no hay vestidura válida para dos. Un maestro jamás debe quedarse en la superficie, anatematizando el "oleaje" sino que su mirada debe profundizar en las inmensas maravillas de los fondos. Un maestro es, y no puedo extenderme más el hombre o la mujer que tolera, acompaña y, sobre todo, ama a sus alumnos sin excepciones.
Isabel Agüera.
15/06/2010 ISABEL Agüera
¿Que le suena pero no cae ahora en los referidos tests de Rorschach? Con dos palabras se lo recuerdo: son esas láminas con manchurrones que muestran algunos doctores, cuando tratan de psiquiatrearnos . Pues sí, yo pasé por ellas. ¿Que ve aquí? ¿Y aquí? Mi respuesta invariable: No veo nada. Efectivamente, algo saltaba a la vista pero no estaba dispuesta a ser fotocopia verbal de manoseadas interpretaciones. Mosqueado y con una mijita de mala leche el afamado doctor intentó descolocar mi aparente insumisión. Con un folio en blanco y gran ironía, me repitió: ¿Y aquí ve algo? ¡Uy! -exclamé-. ¡Ahí sí que veo! Veo todo un universo de posibles creaciones. Ipso facto recibí el alta médica: No necesita medicinas; le basta con un camión de folios en blanco. Y creo que, por primera vez, los milagrosos tests pesaban toneladas sobre su lujoso bufete. Sí, un folio en blanco es la vida de todos y cada uno pero nos resulta más cómodo ir superponiendo lo que piensan, opinan, celebran los demás, aunque se trate de manchurrones. ¿Qué más da si lo ha dicho mi político favorito, mi cura, mi programa, mi portero, mi prensa-? Porque, ¡claro!, si es el otro, todavía emborrascamos más. Y nuestro folio en blanco sigue esperando que estampemos en él nuestra marca de identidad. Alguien me decía que para qué iba a pensar si ya todo estaba pensado. Y le irritaba que me sublevara con los filósofos, por ejemplo, convencida de que cada uno puede filosofar, apartar los nubarrones que alguien nos pone cada día para eclipsarnos el sol y dejarnos a oscuras, aceptando, como verdad incuestionable, lo que nos echen. Y digo yo que qué pena dejar dormidas o muertas todas esas facultades que tenemos para mandar a paseo los rocharse y ver con luz propia, con objetividad, qué es de nosotros y de nuestro mundo. Seguro que las altas médicas nos lloverían.
* Maestra y escritora